Todos los junios voy a la feria del libro de Madrid porque el paseo por el Retiro es un placer, y darlo rodeado de libros y de gente que los ama, es sublimar el placer, pasear la dicha.
Este año solo he podido ir una vez y, como llevaba meses reservándome para la ocasión, apuntando pendientes y ahorrando, me he vuelto loco y se me ha ido un poco de las manos. Pero ¿qué importa, ahora que veo mi nueva montañita de lecturas sin fecha?
Son estas:
«Austerlitz», de W. G. Sebald.
Mi intención de alimentar esta recién estrenada época de lecturas trascendentales continúa con la última novela de Sebald. «Austerlitz», escrita en 2001, es un viaje a Europa, desde la industrialización hasta el éxodo de los judíos, y es la cumbre de la literatura de este escritor alemán que, además, recuerda —dicen— a la complejidad de Thomas Mann, a quien le tengo bien de ganas. ¿Estaré a la altura? Ya veremos.
«Padro Páramo», de Juan Rulfo.
Yo iba buscando «Pedro Páramo», nada más, pero di con la caseta equivocada (o correcta), y el librero me embaucó porque, claro, me dejé. Hablamos de Rulfo y de literatura mexicana, y me convenció para llevarme, por un poco más, esta fantástica edición especial de la editorial RM, estampada con el logotipo del centenario y los colores de la bandera de México, y que incluye las versiones definitivas de «El llano en llamas», de «Pedro Páramo» y de «El gallo de oro y otros relatos».
A mí me parece maravillosa.
«Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río», de László Krasznahorkai.
La pila de lecturas pendientes es una entidad indeterminada que ocupa un buen espacio en mi cabeza. Estoy cocinando, y pienso en ella; estoy regando, y pienso en ella; estoy conduciendo, y pienso en ella. Por eso la alimento después de mucha elaboración mental, y en consecuencia, no suelo dejar lecturas a medias, porque me llegan muy trabajadas. Para los descubrimientos, por ejemplo, me sirvo de determinados premios, y varios de los que se entregan a obra publicada, sin intereses comerciales de fondo, son de fiar. Al húngaro László Krasznahorkai apenas lo conocía, pero este 2024 ha ganado el premio Formentor de las letras, y Acantilado publica parte de su obra. Y yo no necesito más para querer asomarme a su ventana.
«Campesinos y señores», de Theodor Kallifatides.
En esta entrevista de Página 2 descubrí a un Theodor Kallifatides afable y reflexivo, al final de su larga y prolífica vida. Su historia personal comenzó en el período más trágico de la historia contemporánea de Grecia, y él lo contó en los años setenta en tres de sus novelas que ahora publica Galaxia Gutenberg. Esta es la primera, y me la agendo porque me apasiona la Segunda Guerra Mundial, y porque me apetece seguir leyendo sobre ella después de la monumental «Vida y destino», de Vasili Grossman.
«El iris silvestre», de Louise Glück.
Este libro de Visor lo compré para Vir porque con él Glück levanta sobre el espacio de un jardín, devenido escenario, un teatro polifónico en el que ni la voz del individuo ni su identidad son ya estables, unívocas y transparentes. Poseía y jardines, y la autora es ganadora del Nobel de 2020. Yo creo que nos va a gustar.
«Canción del ocaso», de Lewis Grassic Gibbon.
Sabía que Jan Arimany, editor de Trotalibros y 50% de la maravilla divulgadora que es «El café de Mendel», iba a estar en la feria, pero me recorrí las casetas de arriba abajo y no lo vi. Ya de vuelta, algo afligido, frente a la de Visor, lo encontré, y le pedí que, después de «El fallo» me recomendara un libro que representara el espíritu de la editorial. Él me recomendó este y me lo firmó. Y yo me sentí como si estuviera con Bruce Springsteen.
Y eso es todo, y ahí es nada. Deseando estoy de terminar «Kairós», de Jenny Erpenbeck, e hincarle el diente a esta pila de joyas literarias, horas de placer, alimento para mi alma, sangre para mis venas.