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La gamba blanca del Arturo.

Podría empezar tirando de una lista como la de los 70 libros para leer en verano (cuánta ansiedad) o como la de las películas más taquilleras del verano (cuánto Santiago Segura) Podría, así, listar las cuatro cumbres que hacen que la experiencia gaditana esté un paso por encima de las demás. Y serían estas:

  1. Los desayunos.
  2. Las nubes y las playas.
  3. Los vinos de Jerez, y
  4. El Arturo.

Lo que pasa es que yo no soy amigo de listas, y entonces, llegado aquí, me pondría a maldecir por haber caído en lo contrario de lo dicho, listado lo inlistable, cedido ante la incongruencia. Pero lo que también pasa es que es verano y en estos días hay que dejar que las contradicciones cabalguen a su aire, como quieran, por donde quieran, y yo, que no soy amigo de listas, pero sí, que no me contradigo y sí, clasifico del uno al cuatro, y no por orden de importancia, lo que más me gusta de Cádiz.

El número cuatro es el Arturo, y está en Jerez, en la calle Guita del barrio de Picadueña Baja, un Aluche, un Ciutat Meridiana, un Cerro-Amate, pero en Jerez. Es un antiguo tabanco donde el bueno de Arturo despachaba vinos de Palomino y Vergara desde hace sesenta años. Hoy, jubilado ya, él, es uno de los bares «donde mejor se fríe en la provincia», dicen, con el marisco más fresco, digo yo, la cerveza más fría, sigo, el ambiente más auténtico, y el mejor género al mejor precio, sentencio y termino.

No hay un tomate aliñao como el del Arturo, no hay (cuando las hay, que no es siempre, y eso es muy bueno) mejores bocas de la isla, no hay un cazón más fino, y no hay, no las ha habido en mi vida, en ninguno de mis cuarenta y casi ocho años, gambas blancas más frescas. Es, a mis ojos de mesetario venido arriba (y bajado al sur), lleno de ganas de vivir y de alegría, como si esas gambas de Huelva nadasen así, como llegan a mi plato, cocidas a la perfección, en el mismo golfo de Cádiz, en la misma Costa de la Luz, entre las mismísimas desembocaduras del Guadiana y el Guadalquivir.

Es, de verdad, como si las hubiesen sacado del mar media hora antes de yo pedirlas, y se hubiesen dejado atrapar ya con ese rosita y ese blanco, y con esas cabezas tan llenas de sabor, y esos cuerpos tan prietos y tan fríos.

Dejad de buscar, dejad de pagar cantidades ridículas, dejad de decir que hay mejores gambas blancas de Huelva porque no es verdad. Que no las hay, creedme, que no las vais a encontrar más frescas. Y venid al Aluche de Jerez, al Arturo, a cualquiera de sus pocas mesas, a pedir un tomate aliñao, dos cervezas y una de gambas, que están a 18€ el cuarto, y saben como si a nuestras vidas nunca, jamás, les hubiese ocurrido nada malo.