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Describir el infinito.

Me parece atrevido venir a hablar del cielo, y osado; un poco insolente, de hecho. Quién seré yo para ponerme a describir el infinito, ¿verdad? Pero estos días tengo tiempo y así es como me gusta que me acompañe. Disfruto practicando con todo esto que me rodea y me mira desde el otro lado de los ojos. Y me reconforta mirarlo yo y contarlo así, en calma. Además, aquí los hábitos son muy diferentes a los de allá de donde vengo, allá arriba, tan lejos de este mar.

Así que, con permiso y desde el respeto, cielo, voy a ver qué me sale:

La de ayer fue una noche larga. La barbacoa de pescado y palo cortado desembocó en unas risas y confidencias que nos llevaron tarde a la cama, así que hoy hemos hecho todo con retraso. Y cómo reconforta hacerlo: acordar los planes en el momento, dejar fluir, como dice Vir.

Seguimos en Zahora y la playa me ha recibido con el cielo sembrado de nubes. Las he saludado y ellas me han invitado a asistir a su baile con el azul que las contiene, sus grises y sus blancos dejándose llevar por un viento que las hace únicas, irrepetibles. Entonces me he sentido grano de arena, mota de polvo, brizna de nada invisible bajo esta cúpula celeste que es la frontera de cada uno de nosotros, la que contiene el Sol y enmarca las estrellas, la que desata las tormentas y riega los campos, la que alberga el aire que nos hace estar vivos y permite que este hermoso planeta ruede y ruede y ruede.

Porque somos la nada y somos el todo; las nubes, el cielo y el mar. Somos parte de esto y tenemos suerte de poder compartirlo, ¿no os parece?