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Bibliotequitas.

Parece un mero acto ornamental, una decisión del decorador, o de la dueña: que haya una pequeña librería; ¿con qué libros?; no importa, todos tenemos libros viejos; traemos unos pocos y que hagan bulto, que decoren. Esto es así, vale, pero también es algo más, porque los hoteles y casas rurales con bibliotequita van más allá del ornamento, y es que estos espacios son una oda al algo más. ¿Más qué?, no lo sé, algo un poco por encima del punto medio, del ser y estar sin más.

Los libros decoran, sus lomos multicolor, su tapado sencillo de pared… Decoran como las plantas y los cuadros, e insonorizan, ¿habéis notado cómo se diluye el ruido en una librería o biblioteca? Las operas y teatros deberían tener libros en sus paredes. Imaginaos cómo sonaría aquella música filtrada a través de las historias de cientos de novelas.

Pero es que a mí ese «que decoren», ese «algo más», me supone un pequeño regocijo, porque mientras duermo en uno de estos acogedores alojamientos (si tiene bibliotequita es, sin duda, acogedor), cada llegada y salida, cada bajada al desayuno y cada subida de la piscina, paso por delante de estas paredes forradas de diversidad literaria en las que cabe todo, y me paro a echar un vistazo, solo un vistazo, no es este un lugar donde comenzar una lectura, no en esta bibliotequita, no en este salir a cenar al pueblo. Pero me paro, y echo unos segundos junto a ellos, y ya está. Porque los clientes, nosotros, traemos nuestros propios libros, y venimos a leer un par de docenas de páginas, o de capítulos, pero de un libro que ya estamos leyendo, no del descubrimiento de turno en una de estas bibliotequitas que reconfiguran un saloncete rural. Están ahí, para decorar, sí, pero yo los visito y revisito un par de veces al día, y su bienvenido «algo más» me genera una gratitud intangible y disfrutona.