Yasunari Kawabata.
22° de mis #librosen2024. «La casa de las bellas durmientes», escrito en 1960 por Yasunari Kawabata y publicado en 2013 por Austral.
Traducción de M.C.
5.564 #páginasleídasen2024.
Antes o después de una lectura densa (o en medio, si lo es demasiado) me gusta meter algún librito corto para oxigenarme con historias diferentes. Habiendo terminado «Theodoros», de Mircea Cărtărescu, y antes de ir a descubrir a Han Kang, con su «La clase de griego», he leído este que gozaba de buena reputación.
«La casa de las bellas durmientes» es un pequeño libro sobre la desolación de la vejez y las evocaciones que produce mirar atrás. Está escrito con una franqueza sencilla pero toca un aspecto de la vida muy profundo: los pensamientos que a todo ser humano le pueden llegar al asomarse a los últimos años de la vida. Es universal, y está muy bien transmitido, pero como Eguchi, el protagonista, ha envejecido —a mi modo de ver— muy mal, porque se desarrolla en el Japón de los años sesenta del pasado siglo y bien es sabido que en la sociedad japonesa (más la de hace sesenta años) el de la mujer es un papel denostado y lleno de maltrato.
Toda buena novela tiene dos capas: la superficial que cuenta lo que ocurre, y la profunda, que se centra en lo que significa aquello que ocurre. Y esta se salva por la profunda, gracias a las reflexiones que Kawabata, premio Nobel de literatura en 1968, transmite a través de un protagonista que se ahoga en la desesperación de una vejez que le resulta insoportable. Pero la capa superficial, el burdel en el que las «bellas durmientes» son jóvenes (menores de edad, alguna) narcotizadas para no despertarse durante toda la noche y que los ancianos hagan con ellas lo que le plazca —sin violar una serie de restricciones impuestas por la casa, eso sí— es un lugar abyecto y desagradable.
No he dejado de pensar en Gisèle Pelicot, y no he podido disfrutar una lectura en la que se habla de estrangular y asesinar a las jóvenes narcotizadas (aunque todo quede en un pensamiento) como válvula de escape para el vacío existencial de unos ancianos. Lo siento, pero no. Soy consciente de que es un error sacar a las lecturas de contexto, pero este tema, a día de hoy, con mis ojos de hoy, conociendo cómo se ha tratado siempre a las mujeres, me toca muy fuerte y muy dentro, y ni puedo ni quiero disfrutarlo en un libro por muy bien escrito que esté.